"Ahora que me he atrevido a hablar al Señor, yo que soy polvo y ceniza."
Génesis 18:27 (NBLA)
Cuando Abraham habló con Dios, lo hizo con humildad, reconociendo lo que era: solo polvo y ceniza. Y, sin embargo, Dios lo escuchó. Este momento nos recuerda algo muy importante: quiénes somos delante de Dios.
El reformador Juan Calvino lo explicó de forma muy sencilla: Dios es el Creador de todo. No trata de probar que Dios existe; simplemente parte del hecho de que Dios es, y que lo hizo todo. Desde esa base, Calvino dice que para entender quiénes somos nosotros, primero tenemos que mirar a Dios. Solo al ver quién es Él, podemos comprendernos verdaderamente.
Lo mismo dijo el apóstol Pablo en Atenas: que Dios no está lejos de nosotros, sino que en Él vivimos, nos movemos y existimos. Es decir, no podemos entendernos sin Él.
¿Y qué significa eso para nosotros hoy? Significa que cada ser humano tiene un valor inmenso, no por su cultura, ni por su estatus social, ni por lo que ha logrado, sino porque fue creado a imagen de Dios. Eso nos da dignidad, propósito y esperanza.
Nosotros como hispanos, fuimos creados a la imagen de Dios. Llevamos en nuestras vidas las ganas inmensas de vivir. Nuestra dignidad no se basa en estereotipos actuales sino en la compasión, la generosidad, la alegría y el trabajo duro y honesto. Dios mismo nos formó con amor, nos dio emociones, inteligencia, voluntad y la capacidad de comunicarnos. Somos personas valiosas porque fuimos creados por un Dios personal.
Así que, hermanos y hermanas, nuestra comunidad hispana tiene un valor profundo. No solamente por el idioma que hablamos ni por nuestras raíces culturales, sino porque llevamos en nosotros la imagen del Dios viviente. Y eso nadie nos lo puede quitar.